Valera: dinámica y progresista
--Jesús Matheus Linares--
La ciudad de Valera, capital de municipio Valera en el estado Trujillo y primera en importancia en esa entidad federal el pasado 15 de febrero llegó a los 196 años de fundada.
De acuerdo a las crónicas históricas, Valera toma su nombre del encomendero Marcos Valera. No se tiene certeza del año de su fundación aunque varios historiadores coinciden al afirmar que fue 15 de febrero de 1820. Otros expresan que fue en 1817 en tierras de propiedad de Doña Mercedes Díaz de Terán y del Dr. Gabriel Briceño.
Lo cierto es que Valera está enclavada al pie de
los Andes venezolanos. “La Ciudad de las Siete Colinas”, como es conocida por
su geografía, tiene más de 560 mil habitantes y es la más importante del estado
Trujillo, debido a su industria y actividad comercial.
El Teatro Libertad, la iglesia San Juan Bautista,
El Teatro Ana Enriqueta Terán y el Parque Los Ilustres son algunos de sus
atractivos para residentes y viajeros.
Aunque se dice que Valera nació como
ciudad sin fecha definida, su elevación a parroquia el 15 de febrero de 1820
por el Obispo Lasso de la Vega se tiene como una referencia histórica. El
Coronel Agustín Codazzi, el geógrafo viajero recorrió todo el estado
Trujillo, cita a Valera como una parroquia de Escuque.
Se sabe que por la localidad pasó El Libertador, Simón Bolívar, camino a
Trujillo para firmar el famoso “Decreto de Guerra a Muerte. Su primer periódico
que circuló regularmente fue el Diario de Valera, dirigido por el Dr. José
María Colina en el año 1900. El primer registrador Público de la Ciudad fue
Fabián Salas. Su ubicación es privilegiada para su desarrollo comercial e industrial, pues es punto de intersección entre las vías Mérida - Maracaibo - Caracas - San Cristóbal. Por esta razón, la hicieron punto obligado de destino para todo el que buscaba algo, la hicieron “noticia” en el acontecer venezolano.
Valera posee modernas edificaciones comerciales, Ateneo, Hoteles, Avenidas, el Parque de los Ilustres y el Parque Ferial Agropecuario, bautizado con el nombre de sus fundadores. La ciudad moderna extendió sus brazos por los cañaverales La Plata, San Luis y Morón, en la parte Norte. Al sur se eliminaron los cactus y la vegetación rastrera, creándose una elegante urbanización, Las Acacias. Hoy se prepara para su bicentenario en los próximos cuatro años, cuando seguramente Valera valerá.
Valera la urbe de doña Mercedes Díaz y Juan Ignacio Montilla,
la traigo al recuerdo estos primeros días de enero del 2016, fecha de inicio
seguramente de lo que será el siglo XXI de Venezuela, para evocar aquella ciudad de las siete colinas, “la Roma
de América” que ha sido nuestro querido terruño, donde vimos el Sol por primera
vez.
Recuerdo el letrero luego al pasar el Puente de la bajada de
río, cuando uno venía de Carvajal, que rezaba:”Bienvenidos a Valera, ciudad
dinámica y progresista”. Nos encontrábamos con la “pared de la muerte”-como
bautizó esa gloria del ciclismo neogranadino Martín Emilio “Cochise” a la
subida que existe para llegar a la ciudad, que nos envolvía en la magia del
rico olor a café que se producía en la torrefactora del Café Serra. Era un
sello de marca de Valera, entrando se huele a café, café del bueno.
Y eso de dinámica y progresista se lo debemos a uno de los
mejores burgomaestres que haya conocido Venezuela y particularmente Valera. Don
Jacob Senior, el hombre que impulsó la gerencia municipal acorde con los
tiempos que vivía la República.
Correteábamos por el Mercado Municipal, en la avenida
Bolívar, con calle 12, en esa estructura
que dejó la administración de Juan Vicente Gómez e inaugurada por Eleazar López
Contreras y que fue el epicentro comercial durante muchas décadas de nuestro
estado. Recuerdo a Pedro Albarrán, el señor Parada, con su puesto de hierbas y
otros menjurges, el señor que se colocaba a la entrada de la subida para el
segundo piso del mercado y a todo gañote exclamaba: “¡Meta la mano mi niño!” y
por un medio (0,25 céntimos y has una
locha 0,12 céntimos) nos vendía la confitería artesanal, caramelos y chupetas
cubiertas con papel de celofán.
En la entrada del
mercado quién no saboreaba un rico
pastelito de harina de trigo con su clineja característica y su sabroso relleno
de arroz con carne, por una locha y si quería mayor exquisitez estaban los
pasteles que costaban un “real”, en
forma de rueda, y con huevo, elaborados entre otras damas del arte culinario,
por Rosa Mogollón. Los mondongos donde Catalina o los pastelitos de Rosa
Sayago, en la avenida seis.
Para la tertulia intelectual y el ají betijoqueño estaba el
centro de la sabiduría bohemia, llamado el Tequendama y para los más exquisitos
en el mundo de la política y la actualidad, el Conticinio era el remanso de la
vida.
De esa Valera, de entonces, recuerdo la Panadería La
Vencedora, con don Juan de Dios Ramírez y Mery Singer, mis mentores junto al Café de Luis, y con la
majestuosidad de una bella dama, venida de lejanas tierras a libanesas, doña Ingini
Aguaida, Tienda Aguaida, comercio dedicado a
la venta de ropa. Pablito González con su autobús “El Huerfanito” que
hacía dos viajes diarios en la ruta Valera-Timotes-Valera. Adolfo Estrada y
su comercial, con todo para el campo;
José Vargas con su bodega, los hermanos Carrizo, Hermes y Noé, con su
comercial, don Federico Matheus, don
Diego Hidalgo con su abasto La Democracia. También estaban Ramón Pineda,
Teófilo Navas, Chico Ramón Aguilar, Víctor Ruiz, Américo Figueredo, Pradelio
Bracho Padrón, Sixto Pineda y don Gregorio Suárez, entre otros que recuerde.
Los que más recuerdo eran “Mis ojitos”, el eterno vendedor de
flores en el mercado, que junto a “Chiquito mío” que administraba el billar y
venta de cerveza, local que competía con el ABC y el caletero Cleto, que
siempre la Policía Municipal se lo llevaban jumo “por sospecha” eran parte de ese down town valerano.
Don Publio González con su ferretería en la esquina del
Mercado, Bernardino con su quincallería. Y un local, que siempre me causó
curiosidad por la diversidad de objetos que allí se vendían, desde aceite de
tártago o manteca de culebra, era el abasto “Revolución 18 de Octubre”, era la
pulpería más surtida de Valera, atendida por Pedro Urquiola. Y desde luego
había dos farmacias importante: la
Farmacia san Pedro, con el Dr. Alvarez y Emiliano y la Farmacia José Gregorio
Hernández.
Entre las personalidades que recuerdo en esa época estaban el
padre Juan de Dios Andrade, el Padre Juárez, el Dr. Jacobo Senior, Pedro Malavé
Cols, Luis Mazzarri Montilla, Luis Gonzaga Matheus, Carlos Julio Balza, Guillermo
Montilla, Rafael Angel Lujano, Ramón Azuaje, Cornelio Viloria, Raúl Baquero Rivero,
Carlos Rumbos, Aura Salas Pisani, Ana Ramona Cabrita, Chepita Paredes, Amado
Guerrero, Alberto Maldonado Labastidas, Pedro Pablo Rendón-un día de Valera
asistí a un acto al concejo municipal presidido por Hortencio Hernández, y
rechazó la condecoración, era muy probo-, don Teódulo Espinoza, el contable más
respetado de la ciudad.
Sé qué me dirán, “eran otros tiempos”, pero qué tiempos.
Ojalá que a la nueva generación de valeranos siga este ejemplo y en verdad
retomemos la idea de ser una ciudad “dinámica y progresista”. ¡Feliz Año Nuevo
2016! a todos mis coterráneos y amigos, que este año la dicha, la paz y la
prosperidad inunde nuestras vidas.
Valera:
Dinámica y Progresista (2)
Nunca podemos
desconocer nuestra historia local, más cuando tenemos una ciudad que ha crecido
gracias a la participación de todos sus habitantes, que en forma anónima con su
trabajo cotidiano, la han hecho una urbe importante, dinámica y progresista.
Con sus aciertos y desaciertos, pero somos una ciudad, que en cuatro años
estará cumpliendo su dos siglos de existencia. Será único el Bicentenario de
Valera, la ciudad de las siete colinas.
En esta retrospectiva
de la Valera “progresista y dinámica”, de los tiempos buenos, donde se
trabajaba con esmero, sin ningún ánimo partidista, ni ideológico, ni usurero,
donde la palabra era más honorable que un documento, la justicia era implacable con aquellos que
violaban la paz de la gran comarca de Mercedes Díaz de Terán, y los yerbateros sanaban mejor que cualquier
ambulatorio o CDI; teníamos médicos que emulaban a mano Goyo visitando a sus
pacientes a sus casas. Las diversiones estaban en los personajes que
deambulaban por las calles y en la retreta de la plaza de Bolívar después de la
Misa en San Juan Bautista. “El Abuelo”,
“Pan de Leche”, “Pan y Cuca”, “los pica piedras”, que con sus
ocurrencias llenaban nuestro diario quehacer valerano. “Ramona”, “Reo” y su
léxico muy singular, de terror, con sus palabrotas, “Zancudo”, “Colmillo e Tigre”,
el perrocalientero de la avenida 9 con la calle 10, el ciego de los formularios
de 5 y 6 y el sitio por preferencia recreacional el Colegio Salesianos y sus
canchas de futbol, su centenar de clubes, donde por un pan y guarapo de panela
con espaguetis se calaban la misa de 9 am para obtener el permiso de jugar
siendo observado por el Director del colegio que atento con micrófono en mano
sancionaba a aquellos que infringían en palabras soeces para enviarlos al
confesionario y arrepentirse de lo contrario no volverían a jugar en las
canchas.
Aquellos que aplicaron
justicia: el policía más famoso “alma grande” que correteaba a los malhechores,
el mas terrorífico prefecto de Valera, Douglas Valbuena y el más odiado por los
estudiantes el mayor Nelson Bravo. Y los
personajes que conocimos a través de los cuentos de la abuela, Natividad, de mama Omaira y de tantos cronistas sin título
que se ufanaban de hablar de la Valera que era feliz y no lo sabía; La Negra
Pancha, la prestamista más popular de Valera, era una especie de agencia
bancaria a domicilio, caminaba la ciudad de arriba abajo, y siempre el respeto
se imponía. Zenaida y sus pasteles en la avenida 4, Evencio Linares, Don
Américo Figueredo, Los Billares Vival en la avenida 6 al lado del club
proletarios, Luis Montilla, quien organizaba los templetes en la calle 13 entre
avenidas 6 y Bolívar, en tiempo de feria, coronando a las eternas reinas del
sector “El Llano”, como Marielena Sánchez
e Irma Espinoza, la Escuelita de la Maestra Josefa Berrios donde se ubicaban
los camiones de plátanos, al lado del viejo mercado municipal, al lado de la
Clínica María Edelmira Araujo, Ramiro y Eleazar Vásquez, Santiago Balza, el
florista de los difuntos con sus ramos y coronas, elaboradas por su amadísima
señora Guillermina, con flores plásticas y de hojalata, la talabartería del señor
Beltrán, Virginia y Beatriz Padilla, Cesarina Briceño y su venta de pollos en
el mercado, Patachon, y lugares de recogimiento social como el “Punto Criollo”,
una especie de Estudio 54 de la época,
lugares emblemáticos en el Down town valerano como “El Cubanito”, al lado de
Foto Zambrano, donde aprendimos del “bigote que retrata, el recordado Rodolfo
Zambrano, el fascinante mundo de la comunicación. “La Cimballi” con su rockola
y las canciones de Jim Morrrinson, Joe Cocker y Santana, “La Morocota”.
También estaba el hotel
Imperial de Plinio Seresin, donde pernoctaban los famosos de la farándula
nacional e internacional, como Trino Mora, Nancy Ramos, Henry Stephen, Ivo,
Oswaldo Morales, quien vinieron al estadio de Valera a los encuentros que
protagonizaban los equipos de artistas “Farándula” y “Guaicaipuro”.
El malogrado
motociclista valerano Aldo Nannini, con su CZ, y las tertulias con Paride
Vezzani, el comisario de ciclismo de la UCI, amante del calapie, de las
conversaciones sobre Belmonte o Fausto Copi o Eddie Merck, el recordado
entrenador Roberto Nardini y sus bicicletas,
“la Violeta” el mejor
restaurante frente a la panadería La Vencedora, el negocio de los Blanco, Don
Atilio Araujo, Atilio González el de la Joyería Mulco, Don Augusto Tonghetti y
su puente extraordinaria obre de ingeniería que unió la meseta de Carvajal con
Valera, Doña Maximina Contramaestre, Gerónimo Linares, el barbero, Baldovino
Medicci, con su corte “yankee”; Gustavo Brillenbourg, propietario de
Importadora Valera, donde vimos por primera vez una televisor Motorola y las
rockolas que tenían animación. El recordado Charcouse con su librería, donde
abundaban los cuadernos Caribe, los lápices mongol y los creyones primascolor. La
tienda de Alberto Herrera y la sastrería de Rafa Rojas. La arepera El Recreo,
con Mercedes Artigas, entre los que nos recrearon los ratos buenos, de
crecimiento, de formación, de amor por esa Valera de siempre,
Valera:
Dinámica y Progresista (3)
Trascurría
el año de 1967, cuando un mozalbete de
apenas unos 18 años de edad, se aventuraba en la fascinante carrera del
periodismo local. Era Cornelio Viloria, venido de las tierras de la Caña de
Azúcar, Motatán, acompañado del “bigote que retrata” Rodolfo Zambrano, hacia
sus primeros pinitos en el diario El Tiempo y salían “a patear calle”. En una
ocasión ambos recorrieron la ciudad y realizaron un reportaje indicando que
había 36 huecos en las calles y avenidas de la urbe de Mercedes Díaz. Jacob
Senior para entonces presidente del ayuntamiento valerano, le ripostó que no
eran 36 si no 17. Qué de momentos podemos recordar de ese entonces. Una Valera
tranquila, con pocos huecos en la calle, cuando era una ciudad sin buhoneros,
ni desorden automovilístico, donde todos los parraquianos se saludaban en señal
de una buena convivencia. La pulcritud en el manejo de la administración de la
Hacienda Municipal en manos de una dama de origen larense, la doctora Lilia Andueza
de Aguilar, esposa de Néstor Aguilar, responsable de la Estación de Servicio de
El Murachi, que junto a la de Domingo Fiorito, eran las dos gasolineras más
importantes de la ciudad. Rafael Beltrán Espinoza, era el burgomaestre de
Valera.
De ese
tiempo recordamos la Lotería de los Animalitos que trasmitía todas las tardes
Radio Valera y que incluso por el andar de las ondas hertzianas llegaba a otras
latitudes como Puerto Ordaz, en el estado Bolívar, donde pude comprobar
reportes de audiencias. También recordamos el novel periodista Cornelio Viloria
prestado a la administración municipal actuaba como Jefe de Liquidación del
Concejo Municipal.
El municipio
Valera en la actualidad lo conforman seis parroquias; La Puerta, San Luis, La
Beatriz, Mendoza Valle del Momboy , Juan Ignacio Montilla y Mercedes Díaz, dándole
el dinamismo a las dos últimas parroquias ya referidas y que las divide la Avenida Bolívar, de la parroquia
Mercedes Díaz.
Podemos
destacar nuestra Plaza de Bolívar que en su momento estaba rodeaba por un
cercado como protección y que más tarde, cuando este cercado se le quitó a la
plaza sirve hasta la actualidad de rejas al Colegio Lazo de la Vega, La llamada
Catedral de Valera, por su estilo gótico y majestuoso, pero que en realidad es la
Iglesia San Juan Bautista, adornada con sus inmensos vitrales que también
fueron mudos testigos de la segunda guerra mundial cuando venían rumbo a estas
tierras-esa historia amerita una crónica aparte-, la Prefectura, La policía, la
Alcaldía y el Concejo Municipal, el gran hospital Pedro Emilio Carrillo, donde
han nacido la mayoría de los valeranos, es allí donde se inicia lo que hoy se
conoce como Valera y toda la historia de la donación y demás palabreo, se encuentran
cinco de las siete colinas que dan origen a diversos sectores: La Peineta, La
Floresta, La Plata, La Marchantica, Morón, entre otros,
En esta
naciente Valera hubo personas que le dieron dinamismo, entre ellos dos hombres
dedicados al servicio de la Iglesia Católica, los sacerdotes Monseñor José
Humberto Contreras y el Padre Juan de Dios Andrade, cronista de la ciudad,
fundador de la Asociación Venezolana de Periodistas, una excelsa pluma el
diarismo de opinión y orador de primera línea, quienes convencieron a la Señora Salinas que
les donara el terreno para construir la Iglesia San José que la dio un impulso
para que se desarrollaran los sectores de La Ciénaga, Laso de La Vega, La Floresta,
Monseñor José Humberto Contreras a través de pequeños créditos inició la
construcción de viviendas que pagaban con modestia, sus habitantes.
De igual
forma aparecen los Colegios para señoritas, regentados por las monjas de la congregación
de Santa Ana y las Siervas del Santísimo,”Laso de la Vega” y “Madre María Rafols.”
Podemos
destacar un sitio de recreación y "discreción". Llamado El
Culebro Club, culebro por el apodo de su dueño, donde podíamos encontrar
a “Pan de Leche”, los hermanos Negretti, los Carreños, y los Toro, entre otros.
Era una Valera de camaradería.
Se destaca
la Sociedad San José, que nació como una fundación para dar protección y
seguridad a sus miembros a la hora de una eventualidad segura la muerte, una
enfermedad y obras de caridad, entre sus miembros fundadores se destaca a Don Rómulo
Briceño, Don Luis Valera, Don Luis Vielma, y Adán Linares, mi abuelo, quien llegó
de San Lázaro, hijo de Juan Pérez y Rafaela Linares, primero ancló en las Araujas en Trujillo y de allí a Valera,
donde fue un prospero comerciante, ubicándose en la entrada del mercado
municipal y más tarde en la esquina de la avenida diez con calle 13, junto con
otros grandes comerciantes como Francisco Cardozo, Juan Abreu, Juan Haack.
Uno de los
hechos más relevantes era la lotería de animalitos que congregaba la mayoría de
los valeranos en el Concejo en su parte trasera por la avenida 12, para
escuchar el sorteo y que era trasmitido por José Silinio Pérez, de lunes a
viernes por la desaparecida Radio Valera, que pasaba todo el día pronosticando
el resultado a través de los sueños de los oyentes, esta lotería dependía de
del Consejo Municipal y estuvo bajo la dirección de Rubén Añez y Beltrán
Espinoza, y se destacaba entre su personal de selladores a; Eyilda de Brandy
(estaba soltera), Josefa Matheus abuela del Presbítero Nelson Matheus, párroco
de San Luis y Santa Cruz, Rafaela Linares, mi tía.
La parroquia
Mercedes Díaz le dio el dinamismo y el progreso a la Valera que comenzaba a
vislumbrarse como una gran ciudad hoy día sumida en el abandono y la desidia
por parte de valeranos que no la apreciamos, ojalá las nuevas generaciones
encuentren ese espíritu del valerano, orgulloso de sus “siete colinas”.
Comenzaba la ciudad a crecer con en los antiguos terrenos de Mario Maya, en La
Plata.
Valera: Dinámica y Progresista (4)
Valera siempre ha sido una ciudad muy dinámica en el
mundo cultural. Recordemos a la promotora cultural por excelencia que tuvo la
ciudad de las Siete Colinas, la profesor Aura Salas Pisani, que le dio vida y
forma al Ateneo de Valera, nuestra principal referencia en el mundo de las
bellas artes -hoy venido a menos por la necrofilia ideológica de un pequeño
sector-, Pero en los tiempos de Marcos Miliani, quien diseñó la actual
estructura, osé Pepe D´Albenzio, Pedro Malavé
Coil, el padre Juan de Dios Andrade, Violeta Nava, el Morocho Francisco
González, Marlene González, María Arroyo, Ana Ramona Cabrita, Oscar Portes,
Rafael Pinto, Juan Luis Angulo, Ramón Briceño Cherubini, Silvestre Segovia y tantos otros, no me queda
si no recordar la fiebre teatral de la década de los 70.
Esta fiebre teatral comenzó con la Federación de
Grupos de Teatros del Estado Trujillo, donde despuntó José Hernández, “Cuchi” con su grupo teatral “Taconazos” para ese
momento, con Samuel Darío Rodríguez, Pedro Bracamonte, Los hermanos Briceño
Cherubini, Mauro Rangel Oviol, Freddy Morillo, Reyna Valero, Héctor y Elio
Goliat, Tomás Méndez, Gustavo Villegas, Rufino Suárez, Sally Méndez, entre otros
que comenzaron a llenar la ciudad de teatro.
También un sacerdote dinámico y progresista como la
ciudad, venido de la madre patria España, comenzó a bregar unos terrenos de Adagro en el Barrio El Milagro y comenzó con
su laborar pastoral para impulsar esa popular zona valerana, fundad como
urbanismo en un “Barrio a juro” en la
época del 18 de octubre de 1945, cuando sucumbió el gobierno del general Isaías
Medina Angarita y esa extensa zona
comenzó a poblarse con familias que emigraron de los municipios altos del
estado Trujillo.
Así comenzó su labor el padre Félix Serrano, fundando
una escuelita, con tres grados (1°,2° y 3°) para escolarizar la muchachada del
sector. Paralelo a esa labor pedagógica, el padre Serrano, popular en la ciudad
por andar a bordo de su moto vespa, comenzó a finales de la década de los 60,
la construcción de lo que hoy es la Iglesia Jesús Obrero, ayudado por los
señores de la comunidad, José Octavio Núñez, Pedro Ramírez, Julio Rodríguez,
Alí Ávila, el señor Luque, los habitantes de la calle 8, los Morillo, entre
otros que recordamos. L a inauguración de la Iglesia fue en el año 1971.
Aquí mención aparte de Reynaldo Villegas con su famosa
burriquita que animaba las fiestas patronales
de La Milagrosa, en la recién Iglesia de Jesús Obrero en El Milagro. De
esa época recordamos a los jóvenes emprendedores, fundadores de esas populosas fiestas en Valera, Freddy Leal,
“Chelano” Leal, Jesús Blanco, Rafael Rojo, Rafael Núñez, integrantes del grupo
juvenil Revelación 74. Y por supuesto,
la maestra Nicanora en el Grupo Escolar “Pascual Ignacio Villasmil en Bella
Vista. Una Valera de re cuerdos, de sueños y de afabilidad.
Valera: Dinámica y Progresista (5)
Retomando el
titulo de dinámica y progresista que en otrora se le diera a la urbe de las
siete colinas, creo intuir que Jacob Senior, -el mejor burgomaestre que ha
tenido Valera- se refería a quienes le
damos movimiento a la ciudad, en aquella metrópolis que en sus inicios todos éramos
vecinos y nos saludábamos con hidalguía y respeto.
Valera
cuenta con un sin fin de cronistas que da gusto sentarse a escuchar sus
historias, que no es otra cosa que el aporte de lo realizado en este tiempo y
espacio a través de la historia de sus vidas, su cotidianidad en nuestra
comarca, originándose con el devenir o el paso de tantos que al dirigirse a
otras latitudes se quedaron a apostar por el futuro, tal es el caso de Jesús
Alberto Acosta, el maracucho, prospero comerciante, quien llegó de tierras
zulianas, por la década del 50 y se ubicó en el Mercado Municipal con un puesto
de víveres y más tarde en el restaurante La Violeta, frente a la recordada
Panadería la Vencedora-donde crecimos- en la Avenida 7 (hoy avenida Bolívar),
acompañado por su esposa, una chejendina que conoció en Bachaquero y que recién
había enviudado, Amelia Rosa Berrios, con quien procreo seis hijos: Jesús
Alberto, Luis Enrique, Cesar, Ali, Emiro y Amelia Claret, anexándoles las dos
mayores: Rosa y Olga.
En esta
oportunidad, dentro de ese dinamismo vamos a referirnos de los hijos del
Maracucho y Amelia, a Luis Enrique , archiconocido como “Tato”.
“Tato”, vio
la luz en la calle 16, en el año 1952, año de la dictadura perezjimenista, año
de la muerte de Leonardo Ruíz Pineda y de la elección del trujillano más
ilustre del siglo XX, don Mario Briceño Iragorry al Congreso de la República, en esas elecciones
parlamentarias que ganó URD pero tras el desconocimiento de los resultados
adversos a la Junta Militar de Gobierno, don Mario se asiló en la embajada de
Brasil, luego se marchó al exilio en Costa Rica en 1953 y después en Madrid donde
murió en 1958.
Pero en Valera, “Tato” llegaba al mundo, de
manos de una comadrona o partera, de esa calle 16, cuando era una vecindad con
carretera de tierra y barro, había una fuente de agua o pluma publica donde se
tomaba el agua para poder surtir las viviendas del preciado líquido. Su papá hizo
una tubería anexa hasta su casa y su familia eran de los pocos que gozaban con
el servicio, no había cloacas, solamente existía tres accesos por el Cementerio,
el Callejón Salinas “el quemador”, y una barra, donde se disfrutaba de
cervezas. También mas allá subiendo por sector de “La Floresta” estaba “el Arco
Iris”, una aposento de lujuria y alcohol, con meretrices –al cual abordaremos
en otra crónica- que formaban parte de la historia local.
“Tato” fue
uno de los primeros pregoneros de periódico, tenía nueve años, de lunes a
sábados, si vendía, cada día 30 ejemplares se ganaba 3 bolívares y los
domingos 4 bolívares porque se vendían las revistas Élite, Momento, entre
otras.
Tato, es el
curioso más destacado, referencia marcada en la Valera de ayer y de hoy, quién
no lo conoce, quién no se consultó y se consulta, quién no sabía que él era “el
loco o valiente” que construyó a las afueras de Valera, una de las primeras
quintas de la urbanización del “Gianni”, donde vive hace 40 años, que desde muy
niño comenzó a trabajar para disfrutar de su esfuerzo. Allí comenzó en su
nueva etapa, junto al recordado Luis Vagnoni, que tenía el Auto Cine y el Auto
Rancho, el Bowling y la Discoteca.
Él, es
referencia de esa calle 16, recuerda a Benita Rivas y su puesto de periódico en
la encrucijada del cementerio, a las Peñaloza: Luisa Nelly, Ilsa, las arepas de
Eloína y de Paz, las cotizas de José del Carmen, que pagaba bs 2,30 por las grandes
y 1,00 por las pequeñas, a quien les tejían las capelladas, del señor Melecio
Rivera, Petronila, la de las Cabras, de los Camacho, de Hercilia Paredes, quien
recogía todas las información e iba a la fuente, de los callejones: Briceño,
Damasco, Salinas, donde se rentaban pequeñas viviendas y se compartía, en
algunas ocasiones el baño y la cocina, de Betty quien fue estropeada por un
carro y quedó con problemas mentales, de Doña Elsa Salinas, quien fue la que
donó el terreno para que construyera la Iglesia San José, de cuando la entrada
por la avenida 10 no existía y había que dar la vuelta o adentrarse por el
cerro, encontrándose la casas de Los Vergara, de los González, -quienes en su
mayoría murieron electrocutados- y de Adhemar Pérez,
Tato
recuerda el camión Plymouth de su papá, de su trabajo con el abogado Rincón
Lozada, donde conoció a “La Gata”, quien se encontraba en “el Arco Iris” con
.Antonio (El Bagre) Molina, cuando lo mataron, de Ramón (El Loco) Toro, de “Pildorín
y sus sueños de beisbolista, le conocí jugando más de una vez en el estadio Mario Urdaneta Araujo,
en El Milagro con el uniforme de “Proletarios” y era un excelente lanzador.
De sus
tantos trabajos recuerda el de la peluquería, con Gabriela, Con Clara Gemmato,
con Noel Herrera y su Salón el Parisino y como a los 16 años comenzó a leer la
buenaventura o desesperanza, a atraer o rechazar la malo y lo bueno a los
valeranos y foráneos, a través del humo del tabaco o de las cartas, ya en eso
lleva casi cuarenta años .
De los
personajes asociales, recuerda a Ernesto, al “Chicuelo”........Pero se podía
vivir en esa Valera, con precariedad pero teniendo en cuenta que podíamos ver
un futuro promisorio.
Era la
Valera que se compraba con tres bolívares y sobraba: 1/2 kilo de arroz 0,50
céntimo, cebolla 12/1/2 una locha,1 kilo de yuca 0,25, 0,25 de queso y una Orange
crush o grappe 0,25 las gaseosas de nuestra infancia. En la cantina de nuestro
Grupo Escolar “Eloísa Fonseca” mi hermana Beatriz y yo comprábamos con un
bolívar, cuatro tequeños (a locha) y dos refrescos (0,50) un real.
Valera: Dinámica y Progresista (6)
Valera, la
urbe de Mercedes Díaz, Juan Ignacio Montilla y de nosotros, encierra un diverso
número de lugares y recodos que le dieron poco a poco ese aire de ciudad que
hoy día pregona y que han maltratado con su olvido y desidia los gobernantes.
Por eso,
como nos recuerda ese zuliano hecho trujillano, y valerano por más de 50 años,
el buen amigo Rixio Chacín: “Si todos trabajamos cuantas cosas hermosas
existirían, una buena familia, una buena sociedad, un gran país,”
De allí que
recordemos uno de esos lugares que se sitúa en una de las 7 colinas que rodea la gran comarca: El
Cerro la Pollera, La colina la Concepción o que como la quieren bautizar ahora
en revolución el Cerro tricolor.
Corría el año
1940 y veía la luz en el viejo hospital de “Nuestra Señora de la Paz”, el
pintor ingenuo Héctor Briceño, hijo de Delia Briceño que aparte de ejercer los
oficios del hogar, cargaba latas de agua por una locha (12 1/2 céntimos) y que
llenaban una pipa por tres reales, lavaba ropa en casas de familia y a “las
chicas famosas” de la calle Vargas, cuenta el señor Héctor que más o menos
habían 30 familias habitando la colina, eran tiempos inmemoriales, de respeto,
disciplina, obediencia, pero sobre todo seguridad, donde se adentraban por
caminos de tierra, el entretenimiento o parque de diversión estaba en la Plaza
Sucre o San Pedro con sus columpios, donde a los policías se les llamaba por el
número de su gorra, lo contrario les molestaba, al lado del cerro La Concepción
estaba el cerro de La Cruz, con ”los tres pocitos” sitio de esparcimiento donde
se decía había un entierro de oro, también las mujeres iban al rió en la peña
del muerto (bajada del rió) a lavar y la gente mayor se le trataba con respeto
lo contrario sería objeto de severos castigos por su progenitora.
Héctor con
los años de la experiencia vivida y curtida en su rostro cuenta que no fue a la
escuela a los siete años por no tener cotizas pero eso no lo amilano, hacia
mandados, ayudante de cualquier oficio, hasta que descubrió su verdadera
vocación la pintura y el respaldo de su mentor, el doctor Arandia, quien le
facilitaba las cartulinas y los colores y del señor Carrandiel, dueño de una línea
de transporte que competía con la Tica y la RC...
El amigo
Briceño recuerda a Juan Contreras, Juan de la Cruz, Primo Rojo, los “mata
cabras” que vendían la carne y el queso por tres reales, los Pabón, quienes
vendían las hallacas a locha, Carmen Peña y María la Cruz, las comadronas, al
Mocho Berrios que junto con el vendían los periódicos “El Morrocoy Azul”, “El
Cocoliso”, “La Esfera”, “Diario de Occidente” a 0,25 y las “Selecciones” a 3
bolívares. A los veinte años sirvió en el Ejército venezolano, y fue plaza en
la guarnición del estado Carabobo, cuando regreso a los cuatro años contrajo
nupcias con Marta Moreno. Ha expuesto su obra en bienales en la ULA, en el
Museo Salvador Valero, en las Salas de Merenap, entre otras, recuerda con gran
orgullo que en una colectiva unos señores peruanos le compraron un cuadro para
obsequiarlo al doctor Rafael Caldera y que llevaba por nombre “Calle real de
Valera” y que Carlos Contramaestre lo visitaba y en su pinacoteca tiene un
cuadro suyo llamado “la Agonía de Cristo”, tiene muchos reconocimientos pero
ayuda nada.
Actualmente
vive en la Avenida 4, dice que el pasado fue mejor, había valores y la
inocencia estaba a flor de piel, ríe con nostalgia cuando de niño hacia
mandados y le pagaban con una arepa rellena o un cobre (centavo-puya) amarillo
y lo guardaba creyendo que era una morocota, de los caramelos melcochados con
ajonjolí de King Kong. De la calle Vargas recuerda los mandados que le hacía a
las llamadas "bandoleras" que recibían por cinco bolívares sus
"consultas" y que el gobierno de Pérez Jiménez acabó con esa zona de
tolerancia que iba desde la estación de gasolina del Punto de Mérida, actualmente
hasta lo que se conoció como Punto Criollo y hoy es “El Jarrón. De esa época recuerda el silbato que se sonaba
a partir de las 8:30 de la noche hasta las 10:00pm, siendo el ultimo a las
11:00pm., de lo contrario “la Wilson” (patrulla) los llevaba a pasar la noche
en la casa de corredores o “Chirola”, cuenta que a Manuel “La Puerca”, quien le
robó una marrana a una vecina de su mama y lo encontró el gobierno por la calle
8, en el cerro, con el animal ya listo para vender. Lo pasearon por toda la
calle con el animal en su cuello hasta la Seguridad Nacional, que quedaba,
frente a la Sociedad San José.
Refiere que
“de la ley, estaba la Criminología, la SN y los policías se vestían al mejor
estilo de Pancho Villa con rolo”, en las 52 casas había una escalera para ir a
la bajada del rió y el viaducto se construyó en democracia.....tiempos aquellos”.
Aunado a
este relato tenemos el de la señora María Matheus, nacida en el cerro “La
Pollera” de manos de su madrina y comadrona del lugar Carmen Peña, hija de
Ernestina Pérez y Salvador Matheus, quienes procrearon una vasta familia:
Carmen, María, Alberto, Trina Carlos, Gloria y Alfonso, Ernestina eterna
trabajadora de la cocina en el colegio Santo Tomas de Aquino (Salesiano) y
Salvador comerciante, cuenta que para el año 50 el cerro era un caserío, que se
divide hoy día en sectores, pero antes se les denominaba como el “Filo de Los
Villareales”, “Hoyo Caliente”, donde ocurrieron una serie de anécdotas, donde
los vecinos fueron testigos cuando el pleito de dos comadres que pasaban todo
el tiempo en disputa y una noche cuando esperaban llenar sus latas de agua en
la única “pluma de agua” que había, siendo las doce de la noche como
marcaban las campanadas de la Iglesia San Juan Bautista, vieron salir de un
baño público que todos utilizaban, y que era una letrina, una luz amarilla que
iba tomando fuerza con un olor a azufre, llenándose de pánico se abrazaron se
pidieron perdón y elevaron una oración, reconciliándose para siempre, o la
mujer vestida de blanco con el pelo hacia adelante que también vio uno de los
González allí mismo.
La señora
María habla de la camaradería de todos, recuerda al “Churria”, Elvira, “Loro
Careto” que vendía hallacas y bolsas de papel, Blanca González, Matilde, Juana,
Valentín, que se dedicaba a los oficios de limpiar zapatos y los juegos para el
entretenimiento eran elevar volantines (papagayos), jugar a “la guama” y los
días de San Juan llegarse hasta “los tres pocitos” y bajar a la sabanita en el
cañón de la Beatriz, hacer “curruchete”, y en el cerro de la Cruz, donde está
la cruz de la misión, esperar los dos de mayo, para que el señor Leopoldo
Sifuentes (“Polito e’ Leche”) pasará el
encendedor y se iluminara la Cruz, que era referencia en la gran comarca, la
escuela que fue instalada en el año 1974, era apenas un salón donde se impartía
1o y 2o grado, actualmente es un núcleo de educación rural y se da hasta el 3er
grado, recuerda a Eulalia, a Agapito que fue boxeador, junto a Antonio Arellano
y Facundo Hernández, al Señor Sulbarán, papa de Borrador, que perifoneaba todos
los eventos que se hacían en el cerro y donde las reinas eran Gregoria/(Goyita)
Meza, hija de Miguel Meza y Rosa Araujo, hija de Roberto Araujo, del señor
Antonio Abreu, músico de la banda municipal y de Herminia, trabajadora en Obras
Publicas, de Francisco Moreno, que era fotógrafo y que en algunas festividades
como el carnaval se vestía de torero y emulaba a cualquier Manolete o Cesar
Girón, dando faenas a lo largo de la avenida 4 desde la calle 12 hasta la 11, todo
un espectáculo....Valera una ciudad para rescatar nuestros valores, vamos a quererla un poco
mas.(continuará)
Valera: La ciudad de las Siete Colinas |
Avenida Bolívar de Valera |
Avenida Bolívar centro (calle 12) |
Con Pepe DÁlbenzio,la profesora Aura Salas Pisani y Jesús Matheus Linares |
Iglesia San Juan Bautista frente a la Plaza Bolívar de Valera |